Conjugando la vida

Conjugando la vida

Si sabemos que la vida es un logro personal que se conjuga con un todo, y que ese todo nos afecta, podemos seleccionar y activar el libre albedrío a conciencia.

Utilizamos los sentimientos, pensamientos y emociones, como los detonadores conscientes. El futuro se origina en el presente y la acción solo se conjuga en el “ahora”. La cadena de creación se recrea en el infinito y perfecto presente.

En el instante mismo de cada latido estamos participando de la vida unificados al eje de conciencia omnisciente. El centro mismo del universo se sincroniza en un latido de poder creativo energético inteligente. Es, en ese instante, cuando todo es posible, cuando hacemos la diferencia, cuando podemos decidir y hacer giros fundamentales. Es, ese, el instante de la siembra, una siembra constante que se cosecha igualmente en una constante eterna. Flujos y reflujos de energía creativa que se expanden desde el creador, refiriéndome, como creador, a cada uno de nosotros despiertos y concientes de nuestro hacer y ser.

La falta de conciencia de ello es el motivo de la pobreza, de la pequeñez, de las frustraciones recurrentes. La falta de poder es el fruto de una mente fragmentada que dejó su genio y sus potencialidades en el pasado.

Todos caemos en ello cuando, inevitablemente, adoptamos una personalidad y anulamos el corazón. Todos caemos más temprano que tarde en situaciones que nos marcan con la pérdida, con el dolor, con el miedo. Experiencias que anidan profundamente en el subconsciente y que más tarde conforman la personalidad. Algunos, más que otros, traicionados y heridos quedamos pegados al pasado y perdemos nuestro poder. Es cuando la mente se disocia de su eje, de su Dios. Es cuando nos separamos de la unidad que conformamos con toda la creación omnipresente, con el todo.

Un corazón que contenga sentimientos de víctima o culpa, que alimente resentimientos no puede conectarse al poder de la fuente que le brinda el ahora, porque está atado al pasado. No sincroniza con los ciclos vitales que fluyen a su alrededor, aquellos que le brindan miles de posibilidades. Sus creaciones son mezquinas y pobres. Su poder está desfasado y contaminado. No coincide con los tiempos que se conjugan en el ahora.

Si la mente se alimenta de dolores pasados y se rige desde ellos no vive la realidad. Ese corazón se vuelve amargo y no sabe ni puede disfrutar la dulzura. Se ha fragmentado y no puede conjugar la plenitud.

La vulnerabilidad, del niño que todos fuimos, es motivo más que suficiente para entregar el poder. Necesitamos borrar los patrones asimilados por nuestras células generación tras generación para escuchar la voz interna y los impulsos personales con su correspondiente sabiduría.

Adoptar un sistema y sus costumbres, que son la suma del pasado histórico de nuestros pueblos, nos ha costado muy caro y por ello recuperar la conciencia y el propio juicio no es tarea fácil. Nuestros impulsos se han debilitado y con ellos la fuerza de nuestro corazón.

Recuperar la conciencia es una necesidad. Es el camino de vuelta a casa, de vuelta al corazón. Dejar ir el pasado sin resentimientos, sanando antiguas heridas, es el camino para recuperar el ser y su poder. Reintegrando un ahora lleno de posibilidades, sin miedo a futuros inciertos y sin pasado que los alimente. Renovados, llenos de poder, puros de corazón para vivir el ahora plenamente cual niño feliz.

Cuando tomamos conciencia de estas verdades y surge la intención de sanar el corazón. Hacemos una conexión inmediata con el ahora y sincronizamos con los flujos de poder universal que entran al corazón y facilitan el trabajo.

Descubrir que la fuerza que impele toda la vida se haya en cada uno. Que cada desafío es una oportunidad para crecer. Que cada circunstancia, que parece trascendernos, es una puerta que nos llama a descubrir nuestra verdad y a recuperar nuestro poder. Vivir en el ahora que nos desafía y nos ocupa es recuperar el poder.

Ocuparnos pertenece al ahora. Pre-ocuparnos pertenece a la oscuridad. Es el dueño de los miedos que se quieren proyectar en el futuro. Ambos, pasado y futuro son una misma cosa, una distracción que nos diluye, que no nos permite enfocarnos y sincronizar desde el corazón con la grandeza y omnipotencia de la creación.

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