Expiación sin sacrificio

Expiación sin sacrificio

La crucifixión no estableció la expiación; fue la resurrección la que lo hizo.

Muchos cristianos han puesto el énfasis en el dolor y castigo y no en el verdadero regalo, la resurrección. Lo importante no es como murió Jesus, aunque sin duda fue muy impactante, lo importante es que resucitó, y que nos demostró que la muerte no existe.

Hemos querido creer en un Dios castigador, y aun mas, que permitió que uno de sus hijos sufriese por ser bueno.

No fui “castigado” porque tu fueses malo.

Esta creencia provoca una distorsion en nuestra mente, porque planta la semilla del miedo, y de ese modo impide que desarrollemos una mente milagrosa.

Toda nuestra vida hemos estado aprendiendo que nuestras malas acciones merecen un castigo, y que tenemos que ser buenos para que Dios nos ame y nos reciba en el cielo. Hemos aprendido a temerle al infierno, y nuestras creencias religiosas se han basado en el temor impidiendonos desarrollar una verdadera espiritualidad. Hemos separado y juzgado entre el bien y mal, y por lo tanto no nos hemos amado ni aceptado a nosotros mismos.

No hemos querido ver nuestro lado oscuro, lo hemos rechazado y ocultado, sin embargo hemos visto siempre el error y la culpa en nuestros hermanos. Aceptarnos tal como somos es nuestro primer paso en la corrección de nuestra mente.

La inocencia de Dios es el verdadero estado mental de su hijo.

El hijo inocente de Dios es manso, no esta listo para reaccionar, mas bien fluye con la vida sin juzgar los porqués ni los cómos, y aprende a cada paso y con cada desafío.

El único aprendizaje se logra cuando se vive con un corazón abierto y dispuesto a unificar y no a separar. No separemos a los hijos de Dios, todos somos uno, no hay buenos ni malos, cada uno esta viviendo su momento en el viaje, y todo esta permitido en el aprendizaje, ello es el libre albedrío en acción.

Entonces sepamos brindarle al hijo de Dios el derecho de cometer errores. De caer y levantarse cuando sea su tiempo, porque nuestro Padre no ve el barro, solo la perla que oculta. Veamos la perla que somos y que es nuestro hermano y activemos la verdadera caridad. Si nos aceptamos como somos, con nuestras debilidades incluidas, estaremos mas dispuestos a amar a nuestro prójimo como a si mismos.

Finalmente desterremos de nuestra mente el deseo de castigar a los culpables, porque nos estamos castigando a nosotros mismos. Para que Dios nos ame no tenemos que hacer sacrificios, ni purificarnos a través de un castigo, solo tenemos que mirar con los ojos de Dios y veremos al hijo de Dios mas allá de cualquier máscara que lo oculte.

Marisol Stevens.

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