El origen, la frontera del ser

El origen, la frontera del ser

Retornando al origen se llega a la frontera del Ser, en esta zona profunda de la conciencia se recupera el sentido esencial primario, allí se deja atrás el temor, la confusión, la desconfianza y todos los mecanismos aprendidos que reprimen la pulsación primordial, aquel ritmo natural del que mucho se dice y poco se sabe.

Si hay un tiempo para todo como dice el Eclesiastés, porqué entonces el individuo no fluye con la naturaleza y ciclos propios, atenta contra sus ritmos, pierde la flexibilidad y se torna rígido en pensamiento, palabra y obra. Niega sus cambios, los reprime siendo sumiso a las fuerzas externas sin escuchar sus propios deseos por miedo a perder el orden de una falsa seguridad.

El individuo que tiene un comportamiento aprendido se torna reactivo y bloquea su capacidad de discernir, no vive “su” vida de verdad, más bien sigue reglas y normas auto-impuestas que le garantizan el éxito. No sabe de ciclos y se niega a los cambios, el biorritmo no es para él, no conoce sus pulsos biológicos ni considera la importancia de los ciclos lunares en sus fluidos corporales.

Desde hace millones de años que las fuerzas cósmicas han impulsado la evolución, en ella una transformación constante de la vida ha ordenado y re-ordenado las formas y elevado la conciencia terrestre. Muchas civilizaciones han aparecido y desaparecido haciendo lo suyo, dejando huellas que el tiempo ha enterrado y desenterrado y con ello un ser humano que se duerme y despierta una y otra vez para descubrir tesoros de conocimiento que le devuelven su grandeza.

Todo es movimiento y transformación constante en una elíptica creciente y sin embargo el colectivo humano siempre se resiste a aceptar los cambios que considera una amenaza a sus sistemas.

Solo el ser humano es capaz de negar su pulso natural y con ello causarse desequilibrio y dolor. Aunque todo al alrededor nos recuerda las propias pulsaciones; Cada amanecer un nuevo comienzo, cada respiración y cada latido un nuevo deseo y un nuevo suspiro, cerramos los ojos a lo evidente y bloqueamos lo nuevo por arriesgado y desconocido. Nos aferramos a la seguridad, al dinero, a la pareja, al gobierno, al status y en definitiva al miedo.

El temor a la ruptura nos ahoga, las relaciones y situaciones estáticas son consideradas el mayor logro, en ellas se sostienen las crisis y confusiones recurrentes en un vano intento de impedir cambios que nos sobrepasan. Perdurar en el tiempo es el lema, querer eternizar sentimientos y con ello negar el movimiento y el cambio inevitable. Aceptar la inmovilidad que precede a la explosión, la explosión que precede a la ruptura y la ruptura que precede lo nuevo es fluir con la vida.

Cambios que son impedidos a toda costa llegan irremediablemente y con ello el derrumbamiento de la voluntad, voluntad quebrantada en un vano intento de ser civilizado y domesticado. Y es que el amor y su fuego escapan a toda regla traicionando la personalidad aprendida, desmoronando los pilares mismos de la sociedad.

El ser humano es parte de la naturaleza y por tanto se rige por ritmos cíclicos. Fluyendo con una mente y corazón unificados se elimina la auto traición, y se consigue la integración y armonía de la personalidad con el alma.

La lucha entre la mente y el corazón ha sido la constante; la razón y el sentimiento, la conciencia y la locura son extremos que transitamos en la búsqueda de la paz y el equilibrio, instancias que se tornan imposibles al intentar silenciar la transformación interna y el sentimiento que surge de ella con toda la fuerza del alma.

Ajustarse a los cambios y ritmos naturales, que son el camino de la evolución y del crecimiento, es la única forma de vivenciarlos en armonía, cada uno de ellos guarda su propio regalo de conocimiento y aprendizaje, y cada uno constituye un nuevo abanico de emociones, sentimientos y pensamientos que renuevan al individuo y lo alejan de miedos y temores.

Quien sea sensible y fluya con los cambios libera sus sentimientos y engrandece el corazón, desde allí vive relaciones afectivas reales e intensas, se mueve al ritmo de su ser y vive cada día y cada noche consciente de sí mismo.

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